La historia de Gaspar “Indio” Ortega, testimonio del tijuanense Benjamín Rendón Castrejón, oficial del CMB y un apasionado auténtico del boxeo. (Discurso presentado el 17 de octubre, en las instalaciones de la Sociedad de Historia de Tijuana).
Edmundo F. Hernández Vergara
Muy buenas tardes a todos. Me siento muy contento de ser parte de esta exposición sobre la historia del boxeo en Tijuana. Es un honor para mí estar con ustedes para hablar de un tema que podríamos abordar por horas, sin que apareciera en ningún momento el aburrimiento…
El boxeo es indudablemente el deporte que más satisfacciones le ha dado a nuestro país, y Tijuana ha jugado un papel protagónico en este sentido. Históricamente, esta frontera ha sido considerada como la plaza número uno de México y cuna de grandes campeones del mundo.
Cuando he tenido la fortuna de viajar a puntos lejanos de mi querida ciudad, a lugares como Tailandia, China, Italia, España, Japón y muchos más, he percibido con agrado que ubican a Tijuana en el mapa, gracias a las glorias que han alcanzado nuestros monarcas universales.
Es del dominio público que los primeros campeones tijuanenses aparecieron en la década de los ochenta. Y cuando hablo de campeones tijuanenses, no me refiero exclusivamente a los pugilistas que nacieron en esta tierra, sino también a aquéllos que vieron la primera luz en otra ciudad, pero llegaron para quedarse y se formaron como campeones en los gimnasios de Tijuana.
Podemos hablar de Juan José “Dinamita” Estrada, Guadalupe Aquino, Raúl “Jíbaro” Pérez, como los primeros, y mencionar a muchos más hasta llegar a Antonio Margarito y Erik Morales, dos extraordinarios monarcas que protagonizaron contiendas de pago por evento en repetidas ocasiones.
Sin embargo, todo tiene un inicio. El pasado nos ayuda a comprender el presente. Y todos aquellos aficionados que conocen la historia de Gaspar “Indio” Ortega, valoran en su real dimensión la fama gloriosa de la que goza actualmente Tijuana, en materia boxística.
Y todos ellos, saben que el prestigio de nuestra frontera no empezó a labrarse en la década de los ochenta, sino a mediados del siglo pasado, cuando nuestro buen amigo Gaspar Ortega tomó un autobús en San Diego con destino a Nueva York, la meca del boxeo mundial en aquel entonces.
La historia a grandes rasgos es la siguiente:
Gaspar nació en la colonia Pueblo Nuevo de Mexicali, Baja California, el 31 de octubre de 1935. De padres oaxaqueños, de cuna muy humilde, llegó a Tijuana siendo todavía un niño.
Creció en la Colonia Morelos y la precaria situación económica de su familia lo llevó a hacer mil cosas para ayudar al sustento. Me cuenta mi buen amigo Félix “Sapo” Ortega, hermano de Gaspar, quien también fue un boxeador destacado, que en algún momento se ganaban la vida vendiendo leña. Iban a buscarla, la recolectaban y la transportaban en burro.
Recuerda Félix Ortega, con muy buen humor, que su mamá les decía que era increíble que después de haber andado en burro, anduvieran ahora en un carro convertible, tras los primeros éxitos de Gaspar sobre los ensogados.
El destino convirtió a los hermanos Ortega en boxeadores. Gaspar se hizo famoso por su bravura y gran voluntad, y un día vino a Tijuana un buscador de talento proveniente de Nueva York. Su nombre era Nick Corby y lo invitaron a una función de box en Ensenada, en la que participarían el “Indio” Ortega y varias de las figuras locales de esos tiempos.
Corría el año de 1955. Hubo muchas contiendas y algunas exhibiciones de gran calidad. Desafortunadamente, Gaspar no tuvo una buena actuación esa noche. Enfrentó a David Cervantes por el título welter del Estado y perdió por puntos una pelea en la que cayó a la lona en repetidas ocasiones.
Irónicamente, el buscador de talento eligió al “Indio” Ortega para llevárselo a Nueva York. Algo le vio y no se equivocó.
Fue entonces, cuando Gaspar cruzó la frontera y abordó un Greyhound que lo llevaría hasta la costa Este de Estados Unidos. Se aventuró con tan sólo un par de sandwiches y cinco dólares en pesetas que le dio su señora madre. Tardó tres días y tres noches en llegar. Nadie imaginaría que tiempo después regresaría a Tijuana en un Ford Edsel del año.
Recientemente hablé con el “Indio” Ortega y dice que no recuerda la fecha exacta en la que regresó, pero afirma que fue un día inolvidable en el que fue recibido por mucha gente en el Puente México. Estamos hablando aproximadamente de 1957, 1958.Prácticamente toda Tijuana estaba ahí y también en las afueras del palacio municipal, en donde el alcalde de aquellos tiempos le rindió un homenaje al tijuanense adoptivo que había conquistado Nueva York.
Pero nada fue fácil para Gaspar. Desde su arribo a Nueva York empezaron las dificultades. Después de tres días de camino, llegó a la terminal de autobuses. No conocía a nadie y tuvo que esperar dos horas para encontrarse con la persona que había ido a recibirlo. El lugar se estaba quedando solo cuando apareció el cubano Appy Rodríguez, quien lo llevó con Nick Corby, su descubridor y manager en tierras neoyorquinas.
Su primera contienda en Nueva York la sostuvo en el verano de 1955, ante Aggie Maldonado en la arena San Nicolas. Gaspar ganó esa pelea y entró en un mercado dominado hasta esos momentos por pugilistas afroamericanos, puertorriqueños e italoamericanos. El tijuanense se abrió paso y se fue ganando al exigente público de lo que en esos tiempos era la catedral del boxeo mundial, con extraordinarias demostraciones de valentía, pundonor y calidad.
La gran oportunidad de su vida llegó de una manera muy singular. Resulta que nuestro personaje en turno, se encontraba un día descansando en Central Park, tras una dura jornada en el gimnasio. Lo acompañaba su hermano Felix Ortega. Ambos estaban sentados sobre el césped cuando llegó Nick Corby a informarle a Gaspar que Joe Micceli, quien estaba programado para enfrentar al clasificado mundial Isaac Logart, se había lesionado y que el promotor Jim Norris, presidente también de la International Boxing Club, le daría una oportunidad como estelarista en el Madison Square Garden.
Curiosamente, el tijuanense era sparring del cubano Issac Logart, quien se perfilaba para ser campeón del mundo. Por si fuera poco, Gaspar era en esos momentos un peleador de ocho rounds. A todas luces, le faltaba la experiencia para enfrentar a un rival de la categoría de Logart.
Sin embargo, ante la sorpresa de las mayorías, el “Indio” Ortega ganó el combate y el respeto de todo el mundo, en lo que fue la primera de 30 apariciones como estelarista en el Madison Square Garden de Nueva York, considerado en ese entonces como la catedral del boxeo mundial.
Me cuenta Félix Ortega, a quien agradezco por toda la información que me ha brindado, que el cubano Isaac Logart no soportó que su sparring lo venciera y decidió no pagarle el dinero que le debía por sus servicios.
Paulatinamente, en base a su pundonor y valentía, el mexicano fue adquiriendo fama y se convirtió muy pronto en uno de los consentidos de las transmisiones de televisión que se difundían de costa a costa, en todo Estados Unidos. Gaspar se presentó en 45 ocasiones en transmisiones nacionales, ocupando el segundo sitio en este rubro, sólo detrás de Ralph “Tiger” Jones.
Afortunadamente, la señal de las transmisiones llegaba hasta Tijuana, y muchas de las personas de mi edad fuimos testigos de las hazañas de nuestro compatriota. Los días que peleaba el “Indio” Ortega, la frontera se paralizaba; la gente se conglomeraba en restaurantes y bares. Se producía un fenómeno muy similar al que ocasionaba Julio César Chávez, con la diferencia de que en aquellos años no cualquiera tenía una televisión; era prácticamente un artículo de lujo. Yo llegué a ver peleas de Gaspar en los televisores que exhibían para su venta las mueblerías del centro de la ciudad.
Fueron momentos muy bonitos, y aunque Gaspar Ortega nunca fue campeón mundial, su legado es grande, debido a que fue el primer pugilista que colocó a Tijuana en el pandero internacional.
A sangre y fuego, el “Indio” abrió el camino para sus compatriotas en la catedral del boxeo mundial, en donde los mexicanos no tenían ninguna oportunidad.
No tengo la menor duda de que en esta época, en la que existen tantos organismos y los peleadores se coronan con menos de 20 contiendas, Gaspar hubiera sido campeón mundial. Sin embargo, para mi gusto, no fue bien manejado, además de que tuvo la fortuna o la desdicha –como gusten verlo- de haber boxeado en años en los que existía un solo monarca, y había que hacer más de cien peleas antes de tener el privilegio de retarlo.
El “Indio” tuvo su oportunidad, pero ya cuando iba de salida, ya cuando no era el Gaspar Ortega de las grandes batallas. Aún así, Emile Griffith, quien era el monarca welter en esos momentos, reconoció en un libro autobiográfico que el mexicano fue uno de los rivales más complicados que tuvo sobre el ring. Se enfrentaron en dos ocasiones; la primera sin título de por medio y la segunda con la corona en disputa. Griffth ganó las dos contiendas, pero tuvo que emplearse a fondo en ambas.
Gaspar Ortega es de cualquier modo un campeón sin corona, una leyenda tijuanense que merece todo mi reconocimiento.
Impulsado por esa profunda admiración que siento por él y porque sus hazañas forman parte de los mejores recuerdos que tengo de mi juventud, en el año 2013 busqué la manera de que Gaspar recibiera en su querida Tijuana una distinción especial por parte del Consejo Mundial de Boxeo.
Hablé con el señor José Sulaimán (qepd) para plantearle la idea. Le comenté que tenía la intención de entregarle al “Indio” Ortega, durante una función que se llevaría a cabo en Tijuana, un cinto como el que se le otorga a los campeones mundiales en la actualidad. Le dije que yo cubriría el importe del cinto y todos los gastos que pudiera generar el envío, y la respuesta del señor Sulaimán fue muy gratificante.
Don José se opuso rotundamente a que se pagara un centavo por el cinto y se confesó como un fiel admirador del “Indio” Ortega. Resulta que en su natal Ciudad Victoria, Tamaulipas, llegaba en aquellos tiempos la señal de la televisión estadunidense y eso le permitió ser testigo de las grandes noches del tijuanense.
De esta manera, en un gran gesto de su parte, el señor Sulaimán decidió obsequiar el cinto que tuve el privilegio de entregarle a Gaspar, sobre el ring del Auditorio Municipal de Tijuana, el 17 de agosto de 2013. Esa noche fue muy especial, porque el “Indio” Ortega dejó de ser, al menos de manera simbólica, un campeón sin corona, en uno de los tributos más importantes y merecidos de los que ha sido objeto en esta frontera. Sólo él y Ruben “Hurricane” Carter han recibido una distinción de esta índole por parte del prestigioso Consejo Mundial de Boxeo.
Afortunadamente, los reconocimientos no le son ajenos a este ejemplar peleador tijuanense, quien en 1993 fue inducido merecidamente al Salón de la Fama del Deporte de Tijuana. De igual manera, en 1995 fue inmortalizado con su inclusión en el Salón de la Fama del Boxeo Mundial, ubicado en Los Ángeles, California, un recinto exclusivo para grandes luminarias.
En este sentido, creo particularmente que un personaje de esta categoría merece todos los elogios y tributos posibles. Merece que su nombre sea plasmado para la posteridad. Me enorgullece como tijuanense saber que existen en la ciudad calles con los nombres de mi amigo Javier Bátiz y de mi tía Josefina Rendón, sin duda, personajes célebres de la ciudad.
Ya existe en esta frontera un gimnasio de box con el nombre de Gaspar “Indio” Ortega. Y no es poca cosa. Pero estoy convencido de que merece también tener una calle a su nombre, y propongo que sea en la colonia Morelos, en donde él se crió. Sería magnífico que las autoridades tuvieran un gesto de esta naturaleza.
Finalmente, quiero agradecer la confianza que ha depositado en mí el Salón de la Fama del Deporte de Tijuana, que preside el señor Gilberto Ruiz Hernández, para exponer en este importante evento la biografía de este ilustre exponente de la historia del boxeo de nuestra frontera.
Ha resultado un honor para un servidor, hablarle a las nuevas y antiguas generaciones del hombre que un buen día salió de San Diego rumbo a Nueva York, con tan sólo cinco dólares en la bolsa, y regresó en un Ford Edsel del año, tan humilde como en los tiempos en los que iba descalzo a la escuela y acarreaba leña en un burro para venderla.
Le envío un abrazo fraternal a mi amigo Gaspar, la leyenda tijuanense.
¡Muchas gracias!
Fotos: Cortesía Benjamín Rendón Castrejón
No hay comentarios:
Publicar un comentario