A 15 AÑOS DE LA MUERTE DE UBY SACCO
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El 28 de mayo de 1997 falleció Ubaldo ‘Uby’ Sacco. Hijo de Francisco Ubaldo Sacco, también boxeador y técnico, en la década de 1980 ‘Uby’ fue campeón argentino, sudamericano y conquistó el título mundial de los semimedianos juniors de la AMB. Su carrera profesional incluyó 52 peleas, con 47 victorias -23 por KO-, 4 derrotas y un empate. Aspectos de su vida, en tramos de El último clásico, nota de Carlos Irusta en El Gráfico, edición especial nº 121 de mayo de 1997.
“Era así. Uno llegaba a Mar del Plata para hacerle una nota y, en la mayoría de los casos, había que esperar a que se hiciera la noche. De nada valían con él las llamadas al padre y mucho menos montarle guardia en el gimnasio. Y ni hablemos de telefonearle un día antes avisándole del viaje: lo más probable era que, enojado, preguntase para qué diablos le íbamos a hacer una nota… Sacco era así. Rebelde, complicado, respondón, insolente y, aunque esto pueda parecer ahora una mentira piadosa, un tipo encantador, por momentos brillante.
Después de todo, así boxeaba. Producto de la escuela de su padre Ubaldo -un estupendo peleador mediano en la difícil época de los años Cincuenta-, quien a su vez tenía la escuela de ‘El Tigre de Alfara’, un técnico español que, dicen, sabía todo o casi todo. De ahí que Uby, plantado en el medio del ring del Luna Park, con su atlético y espigado cuerpo siempre bronceado, era un clásico. El último que dio el boxeo argentino. Bien parado, con las manos altas, la izquierda lista para tirar un directo largo que no tanteaba, sino que salía con fuerza y puntería, con una derecha rápida y certera, ‘picante’, como decíamos entonces, y una permanente búsqueda de la iniciativa. No le faltaba casi nada, pues además -y a pesar de su rostro casi aniñado y sin marcas, señal de una buena defensa-, se plantaba a lo guapo con quien fuera y contra quien fuera.
Ahora se fue, y frente a la máquina de ‘procesar textos’, el orden se torna rebelde. Cuesta saber por dónde empezar.
Fue un talentoso natural. De chico era bueno en el vóleibol, en el básquetbol, en la natación. En lo que se propusiera. Y él quiso ser boxeador. ‘Elegiste lo más bravo de todos -le dijo el padre-, porque en el ring estás solo, nadie te ayuda y, encima, te pegan…’
Tal vez aquello fue lo que más lo atrajo: como buen cabeza dura que era, bastaba desafiarlo a algo para que él, por el mero gusto de llevar la contra, aceptara el reto.
No existen muchos casos de un padre ex boxeador llevando a un hijo boxeador hasta el Campeonato del Mundo. Este sí lo fue, pues marcharon siempre juntos. Sólo que jamás le decía ‘papá’, sino simplemente ‘Sacco’. Y vivían peleándose, lo cual, ahora que usted empieza a conocerlo, sabe que es una forma de decir…
Después de todo, así boxeaba. Producto de la escuela de su padre Ubaldo -un estupendo peleador mediano en la difícil época de los años Cincuenta-, quien a su vez tenía la escuela de ‘El Tigre de Alfara’, un técnico español que, dicen, sabía todo o casi todo. De ahí que Uby, plantado en el medio del ring del Luna Park, con su atlético y espigado cuerpo siempre bronceado, era un clásico. El último que dio el boxeo argentino. Bien parado, con las manos altas, la izquierda lista para tirar un directo largo que no tanteaba, sino que salía con fuerza y puntería, con una derecha rápida y certera, ‘picante’, como decíamos entonces, y una permanente búsqueda de la iniciativa. No le faltaba casi nada, pues además -y a pesar de su rostro casi aniñado y sin marcas, señal de una buena defensa-, se plantaba a lo guapo con quien fuera y contra quien fuera.
Ahora se fue, y frente a la máquina de ‘procesar textos’, el orden se torna rebelde. Cuesta saber por dónde empezar.
Fue un talentoso natural. De chico era bueno en el vóleibol, en el básquetbol, en la natación. En lo que se propusiera. Y él quiso ser boxeador. ‘Elegiste lo más bravo de todos -le dijo el padre-, porque en el ring estás solo, nadie te ayuda y, encima, te pegan…’
Tal vez aquello fue lo que más lo atrajo: como buen cabeza dura que era, bastaba desafiarlo a algo para que él, por el mero gusto de llevar la contra, aceptara el reto.
No existen muchos casos de un padre ex boxeador llevando a un hijo boxeador hasta el Campeonato del Mundo. Este sí lo fue, pues marcharon siempre juntos. Sólo que jamás le decía ‘papá’, sino simplemente ‘Sacco’. Y vivían peleándose, lo cual, ahora que usted empieza a conocerlo, sabe que es una forma de decir…
¡Si le habrá dado dolores de cabeza a Ubaldo! Un día me contó que, siendo apenas un chico -andaría por los quince años-, se entreveró en un bar con un policía. El hombre, recostado de espaldas al mostrador, iba armado y lo desafió. Es probable que los dos estuvieran borrachos. Uby se aguantó al principio, porque no podía dejar de mirar la pistola pendiendo en la cintura del otro, hasta que en un descuido, un amigo de él, desde atrás, se la sacó…
-Le di tanta piña en el estómago que le doblé la hebilla del cinturón, lo desparramé -contaría luego- y después me fui. ¡Para qué! Me agarraron unos compañeros de él y me dieron una marimba en la calle que me dejaron loco. Eso sí, ¿eh? No les di el gusto de llorar a esos hijos de p…
Parecía mentira que pudiera ser ese chico trompeado en un callejón, el mismo que ahora, frente a nosotros, ya era campeón mundial. Leía a Wilbur Smith, soñaba con ser arquitecto -había estudiado para maestro mayor de obras, pues le encantaba dibujar- y siempre le brotaba alguna ironía a flor de labios.
Ya tenía el diablo en el cuerpo porque, según confesó, empezó a fumar marihuana a los 13 años y prácticamente nunca abandonó la droga. Cuando comenzaron a escucharse las primeras versiones, ya estaba casi retirado del boxeo y fue entonces que dejó de ser rumor… Tras la derrota con Patrizio Oliva -con toda una historia previa de entrenamientos deficientes, cerveza tomada después de cada práctica y problemas con la balanza- hizo un ‘mea culpa’ público, confesando su adicción a las drogas, incluyendo cocaína.
Resultó, por cierto, una triste noticia. Saber que ese boxeador talentoso y guapo estuviera tan atrapado por esa enfermedad, nos descorazonó a todos… ¿Qué hubiera sido de él con los guantes puestos si hubiera llevado una vida normal?
Es que no surgió de un lote de mediocres, sino que para ascender tuvo que enfrentarse con nombres respetables en su momento, todos boxeadores de línea como Roberto Alfaro o Hugo Sergio Quartapelle, o pegadores ásperos como Hugo Luero, Juan Antonio Merlo y Ramón Abeldaño. Eso sin mencionar uno de los mayores iconos de su récord: los dos triunfos que logró ante quien, de chico, lo llevaba al circo: Horacio Agustín Saldaño, ‘La Pantera Tucumana’.
(…)
Fue uno de los primeros en viajar a una pelea de título mundial con su esposa, Inés, lo que motivó más de una discusión con Tito Lectoure. Fue el primero en tomarse públicamente una cerveza después de un entrenamiento, asegurando que no podía hacerle mal…
‘Si mi hijo se hubiera entrenado diez minutos más, Patrizio Oliva no le gana’, comentó alguna vez Ubaldo. Y es posible, pero se entrenó esos diez minutos menos y el título se quedó en Italia.
Fue el golpe de gracia, nos parece ahora, viéndolo de lejos. Porque tras la derrota vino la confesión pública y comenzaron las promesas de un ‘ahora sí, me entreno y vuelvo’ que jamás concretó. Tal vez necesitaba aferrarse a esa mentira piadosa para mitigar las pesadillas del mañana.
En cambio, pasó de las páginas deportivas a las policiales. Tenencia de drogas. Agresión a un mozo. Más tenencia de drogas. Algún escándalo… Todavía recuerdo haber entrado a una Comisaría y verlo entre un grupo de sombras humanas, detrás de las rejas. ‘Volvé más tarde… Y traé cigarrillos’.
(…)
Lo que no puede quedar registrado en ningún frío dato es su mirada desafiante y burlona, y su sonrisa por momentos despectiva. Y, muchísimo menos, salvo en las fotos, su pinta de boxeador de raza, de estilo, de vieja escuela.
Un boxeador clásico. Así preferimos recordarlo, bajo las luces estelares y ya apagadas del ring del Luna Park.”
-Le di tanta piña en el estómago que le doblé la hebilla del cinturón, lo desparramé -contaría luego- y después me fui. ¡Para qué! Me agarraron unos compañeros de él y me dieron una marimba en la calle que me dejaron loco. Eso sí, ¿eh? No les di el gusto de llorar a esos hijos de p…
Parecía mentira que pudiera ser ese chico trompeado en un callejón, el mismo que ahora, frente a nosotros, ya era campeón mundial. Leía a Wilbur Smith, soñaba con ser arquitecto -había estudiado para maestro mayor de obras, pues le encantaba dibujar- y siempre le brotaba alguna ironía a flor de labios.
Ya tenía el diablo en el cuerpo porque, según confesó, empezó a fumar marihuana a los 13 años y prácticamente nunca abandonó la droga. Cuando comenzaron a escucharse las primeras versiones, ya estaba casi retirado del boxeo y fue entonces que dejó de ser rumor… Tras la derrota con Patrizio Oliva -con toda una historia previa de entrenamientos deficientes, cerveza tomada después de cada práctica y problemas con la balanza- hizo un ‘mea culpa’ público, confesando su adicción a las drogas, incluyendo cocaína.
Resultó, por cierto, una triste noticia. Saber que ese boxeador talentoso y guapo estuviera tan atrapado por esa enfermedad, nos descorazonó a todos… ¿Qué hubiera sido de él con los guantes puestos si hubiera llevado una vida normal?
Es que no surgió de un lote de mediocres, sino que para ascender tuvo que enfrentarse con nombres respetables en su momento, todos boxeadores de línea como Roberto Alfaro o Hugo Sergio Quartapelle, o pegadores ásperos como Hugo Luero, Juan Antonio Merlo y Ramón Abeldaño. Eso sin mencionar uno de los mayores iconos de su récord: los dos triunfos que logró ante quien, de chico, lo llevaba al circo: Horacio Agustín Saldaño, ‘La Pantera Tucumana’.
(…)
Fue uno de los primeros en viajar a una pelea de título mundial con su esposa, Inés, lo que motivó más de una discusión con Tito Lectoure. Fue el primero en tomarse públicamente una cerveza después de un entrenamiento, asegurando que no podía hacerle mal…
‘Si mi hijo se hubiera entrenado diez minutos más, Patrizio Oliva no le gana’, comentó alguna vez Ubaldo. Y es posible, pero se entrenó esos diez minutos menos y el título se quedó en Italia.
Fue el golpe de gracia, nos parece ahora, viéndolo de lejos. Porque tras la derrota vino la confesión pública y comenzaron las promesas de un ‘ahora sí, me entreno y vuelvo’ que jamás concretó. Tal vez necesitaba aferrarse a esa mentira piadosa para mitigar las pesadillas del mañana.
En cambio, pasó de las páginas deportivas a las policiales. Tenencia de drogas. Agresión a un mozo. Más tenencia de drogas. Algún escándalo… Todavía recuerdo haber entrado a una Comisaría y verlo entre un grupo de sombras humanas, detrás de las rejas. ‘Volvé más tarde… Y traé cigarrillos’.
(…)
Lo que no puede quedar registrado en ningún frío dato es su mirada desafiante y burlona, y su sonrisa por momentos despectiva. Y, muchísimo menos, salvo en las fotos, su pinta de boxeador de raza, de estilo, de vieja escuela.
Un boxeador clásico. Así preferimos recordarlo, bajo las luces estelares y ya apagadas del ring del Luna Park.”
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