Jon Fernández ha dormido abrazado a su primer cinturón. Diez minutos de trabajo para acabar con la dureza de un Micha Mkrtchyan que acusó ya en el primer asalto la pólvora de los guantes del vizcaíno. Sin ser un pegador noqueador, domina el arte de la maduración. Desde que el pestañeo se chivaba del daño causado con las primeras manos dobladas, hasta que la derecha del campeón se clavó en el hígado del armenio en el cuarto asalto, sobre el ring de La Casilla se vio con claridad que hay boxeador de verdad en este superpluma atípico de talla y valiente como el mayor fajador. Si Lou DiBella se ha fijado en él es porque traspasa la barrera del confort, si es que existe en un cuadrilátero. Abarca tierras pantanosas de las que a priori debería huir. Pero lo hace porque controla la situación.
Durante la hora previa al combate, encerrado en su vestuario pero rodeado de personal, pasó por todos los estados emocionales imaginables. De las risas y los chistes durante la liturgia del vendaje al silencio sólo roto por los impactos en los guantes de calentamiento. Algún recordatorio sobre contestar cada golpe desde el gong inicial y mantener la marca de privilegio en el centro de la lona. A ello se dedicó desde que llegó la hora, su cita con el Mundial Junior de la WBC.
Muy rápido de manos, colocándolas donde pretendía, ‘Jonfer’ dio en la diana a las primeras de cambio. Doblaba los uno-dos en toda la superficie del mentón y algún gancho atinaba por elevación. Así, la ceja izquierda del armenio se oscureció al instante. Su pestañeo, fruto de la incomodidad, del pequeño colpaso circulatorio, ratificaba al vizcaíno que había tomado la senda correcta. Dos manos más abajo acabaron por poner las tarjetas de los jueces absolutamente a su favor. Control, elegancia y ni un paso en falso. Todo medido, calculado. Decididamente funcionaba la estrategia y, ante todo, la calidad del púgil. Por ponerle un pero, muy subjetivo, el recorrido, la lejana coreografía de algunos ganchos que incluían un lapso de desprotección.
Micha no se rinde
Intentó Micha partir de otro modo en el segundo asalto, sabedor de que ya navegaba contracorriente en la puntuación, aunque restaban nueve etapas hasta la estación término. Pero Jon Fernández mantuvo su hegemonía. No había una mano meloflua en su catálogo. Todas llegaban a donde su intención las dirigía. Así, dio un paso adelante, encuerdó al coaspirante y le maduró hasta el punto de la caducidad. Dobló izquierda-derecha y trastabillado su rival buscó acuclillado el amparo de las cuerdas. La campana sonó milagrosa y por unas décimas evitó la cuenta de protección.
Pero si alguien esperaba rasgo alguno de rendición en el armenio es que no conoce de qué pasta está hecho. Volvió en el tercer round herido en el orgullo y el cuerpo. Trató de reducir los confines del intercambio a un cuerpo a cuerpo peligroso para el de Etxebarri, pero en el que aparentemente de forma incomprensible, en absoluto se siente extraño o en inferioridad. Y fue con esa nueva norma que quiso marcar Mkrtchyan el modo en que ‘Jonfer’ comenzó a escribir el epílogo de la reunión. Le levantó, físicamente con un gancho, y secuenció una serie de ocho impactos brutales que acabaron con la resistencia del oponente. Dobló la rodilla y aprovechó hasta el último segundo la cuenta para restablecer el flujo de oxígeno. Micha regresó del pasillo de la luz como un depredador moribundo pero incapaz de rendise y provocó instantes de tensión porque cualquier mano perdida podía ser letal.
Llegó el cuarto asalto y el malagueño de adopción restauró sus constantes. Obligó al de Etxebarri a clinchear un par de veces, dando la sensación de venirse arriba. No le quedaba otra que arriesgar al máximo y así le llegó su fin. Bestial mano abajo del vizcaíno, un puñal que clavó su filo en el hígado, en ese punto sin retorno que protegen al límite los boxeadores. Era tal el destrozo que el árbitro, sensacional y reconocido por el otro rincón, decidió dejarlo así, declarando la victoria por k.o. técnico de Jon Fernández, nuevo campeón del mundo junior del WBC. Un honor y una etapa más. Diez peleas sin mácula, ocho cerradas antes del límite, con las puertas de América abiertas y el campeonato de España como siguiente tramo a recorrer. Más no puede pedir.
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