BOXEO TOTAL: El boxeo en el barrio mexicano de Tepito ayuda a jóvenes a alejarse de la mala vida

jueves, 23 de marzo de 2017

El boxeo en el barrio mexicano de Tepito ayuda a jóvenes a alejarse de la mala vida

CIUDAD DE MÉXICO -- Raúl Valdez pasa sus tardes en el pequeño puesto de calzado del que es propietario en el mercado Granaditas, que según él es el mayor mercado de calzado del mundo, en los límites del distrito histórico de Ciudad de México y el infame vecindario o barrio de Tepito. Todos los días trabaja allí con su esposa, vendiendo sólo zapatos de mujer porque, según dice, "Las mujeres siempre gastan más en calzado”.
Pocos podrían imaginar que este hombre de baja estatura y con la nariz marcada que ayuda a las clientas a probarse los zapatos de taco alto es una de las figuras legendarias de Tepito -- un héroe de la larga y orgullosa tradición boxística de este barrio ecléctico y con muchos problemas.
Tepito ha producido leyendas boxísticas como Raúl "Ratón" Macías, Kid Azteca, Octavio "Famoso" Gómez, Rodolfo Martínez y Carlos Zárate. Tantos famosos peleadores han surgido de Tepito o se han entrenado allí, que el símbolo exhibido en la estación de metro de la zona es un guante de boxeo.
“Hay una cantidad infinita de boxeadores que han salido de Tepito", dice Valdez. ”Así que ahora, cuando pelean y dicen que son de Tepito, la gente les guarda respeto, porque son valientes. No retroceden ante nadie”.
Valdez, de 63 años, ganó dos veces el torneo amateur Guantes de Oro de Ciudad de México y tuvo una exitosa carrera profesional en las décadas de 1970 y 1980. Peleó dos veces por el título mundial del CMB de peso súper mosca, pero realmente ganó la fama al entrenar a Ricardo López, un miembro del Salón de la Fama y campeón mundial, en la década de 1990.
A pesar de todos sus éxitos en el boxeo, el modesto puesto de venta de calzado es un motivo de orgullo para Valdez. Él creció a pocas cuadras de allí y trabajó en el mercado cuando era joven y no entrenaba. El puesto fue su primera adquisición con el dinero que ganó boxeando en 1977, porque quería ser dueño de algo. Había visto a demasiados boxeadores cayendo en el consumo de drogas y alcohol y en bancarrota luego de su retiro.
“Tengo la responsabilidad de ser un buen ejemplo para los jóvenes”, afirmó.
Valdez cierra el puesto de calzado cada anochecer y se dirige al renombrado gimnasio Deportivo Tepito, donde ha pasado décadas entrenando a jóvenes boxeadores de Tepito y los vecindarios cercanos, como Morelos, Guerrero y Centro. Ha visto cambiar la zona de manera drástica.
“Cuando yo era joven, el barrio era realmente tranquilo” dijo Valdez. “Pero cuando llegaron las drogas más fuertes, como la cocaína y el crack, la gente -- todo -- comenzó a desmoronarse”.
Valdez reconoce que es un esfuerzo constante mantener a sus jóvenes boxeadores fuera de las calles. Él trata continuamente de demostrarles que seguir las huellas de las leyendas boxísticas del barrio es una misión noble.

DANIEL NOLASCO, de 24 años, vive en Tepito con su esposa y dos hijos. Todos los días camina por el extenso mercado callejero del vecindario -- pasando delante de puestos que venden carteras Prada falsas, equipos electrónicos robados y una variedad de otros artículos, legítimos y no tanto -- hasta Deportivo Tepito, donde se entrena con Valdez antes de su debut en el boxeo profesional.
“Aquí en el barrio, el lema es ‘No te dejes,’” explicó Nolasco sobre la frase que significa, "No retrocedas". “Pero ahora estoy creciendo. Estoy tratando de enseñar a mis hijos que pelear no es bueno, pero también que no pueden dejar pasar ciertas cosas”.
Sus hijos, dijo, comenzarán a aprender a boxear cuando cumplan 6 años, para que no caigan en los mismos malos hábitos que él adoptó. La madre de Nolasco trabajaba en el mercado de Tepito cuando él era un niño, y la vida en el barrio siempre estuvo llena de tentaciones. Cuando era un adolescente, nunca boxeo, sólo peleaba en las calles, bebía alcohol y consumía drogas.
Él tenía 20 años cuando nació su primer hijo y allí decidió dejar de lado sus vicios. Comenzó vendiendo chocolates en una estación de metro en el norte de la ciudad, una profesión que, aunque ilegal, le permitió escapar de la influencia del vecindario.
“Más que nada, quisiera que aquí en Tepito me reconocieran como un atleta, no como un delincuente” dijo Nolasco, de 24 años, mientras el sudor caía por su frente después del entrenamiento. “Ser un buen ejemplo para mis hijos, y por eso es que estoy trabajando duro”.
Nolasco nunca había boxeado hasta hace dos años, pero poco después logró el tercer puesto en el torneo Guantes de Oro de la ciudad. Ahora, se está preparando para su primera pelea profesional y espera ser la próxima leyenda que surja de Tepito.

TEPITO ES CONOCIDO como El Barrio Bravo. Muchos creen que esto tiene que ver con su relación con el boxeo. Pero el historiador Alfonso Hernández, un experto en la cultura de Tepito, afirma que la reputación de valentía comenzó mucho antes. Hernández explicó que durante la conquista española de México en el siglo 16, Tepito, que era un mercado en la época del Imperio Azteca, pudo resistir a los invasores durante 93 días, mientras otras partes de la ciudad se rindieron fácilmente.
Tepito es actualmente un vecindario de clase trabajadora, compuesto mayoritariamente por edificios de apartamentos de concreto de pocos pisos y pintura descascarada. Pequeños puestos surgen de la nada, vendiendo artículos cotidianos cuando las personas no tienen la energía de recorrer el extenso mercado al aire libre de Tepito. El mercado abarca varias de las principales calles del vecindario, sirviendo las funciones de un centro comercial. Cerca de los aparentemente interminables puestos de mercadería de contrabando, bares improvisados irradian música reggaeton y sirven micheladas -- cócteles con base de cerveza -- en la calle.
Durante el día, el vecindario bulle con actividad. Los niños juegan al fútbol en el concreto, mientras los adictos pasan tambaleándose. Hombres y mujeres están en las entradas de los edificios, mirando pasar a la gente y conversando. A la noche, se hace más silenciosos. Los sitios en los que se agrupan las personas en las entradas de los edificios son probablemente puntos -- lugares donde se vende droga.
Pero el vecindario tiene un encanto barrial. Las paredes de todo Tepito están cubiertas por arte callejero, y la música fluye constantemente de las ventanas, brindando una banda sonora de fondo. Pequeños moto-taxis de tres ruedas que no existen en otras partes de la ciudad, transportan a los lugareños.
Si bien Hernández promociona a Tepito como un centro histórico y cultural de la Ciudad de México, también lamenta los cambios que experimentó el vecindario a lo largo de los años.
“Cuando era un niño en Tepito y las personas tenían problemas, lo arreglaban con sus puños”, dijo Hernández. “Ahora, lo arreglan con armas de fuego”.
Hernández explicó que muchos de los jóvenes prefieren trabajar en los mercados o en las calles, porque es una manera más rápida de conseguir dinero. Él cree que muy pocos tienen como ídolos a las leyendas del boxeo.
Esto puede tener que ver con las caídas que muchos ex boxeadores han sufrido.

POCOS BOXEADORES TIENEN MÁS FAMA en México que Carlos Zárate, a quien The Associated Press designó, empatado con su compatriota Rubén Olivares, como el más grande peso gallo del siglo 20. Con poderosos puños, Zárate ganó sus primeras 52 peleas profesionales, 51 por nocaut.
Pero la vida de Zárate es un ejemplo no de las glorias de convertirse en campeón, sino de los abismos en los que pueden caer.
Zárate nació en Tepito y se mudó con su familia cuando tenía 4 años al vecindario Ramos Millán, cercano al aeropuerto de Ciudad de México. Sin embargo, a menudo volvía a Tepito a visitar a los muchos familiares que todavía vivían allí y, más tarde, a entrenarse en sus famosos gimnasios.
Sentado en su oficina del gimnasio que él y su hijo regentean, rodeado de fotografías de él con Oscar de la Hoya, Don King y otras luminarias del deporte de los puños, Zárate, ahora con 65 años, denominó como "hermosos" a sus años de campeón.
“Fui un ejemplo para los jóvenes de cómo recorrer la legendaria trayectoria de los grandes boxeadores mexicanos”, decía un sonriente Zárate, que fue invitado al Salón de la Fama del Boxeo en 1994.
Pero cuando la conversación giró en torno de su vida después del boxeo, Zárate habló titubeando.
“Tuve muchísimos problemas”, dijo, mencionando sus hábitos de alcoholismo y adicción al crack. “Y bueno, eso me llevó a convertirme en un fracaso”.
Zárate pasó más de una década alejado de su familia, perdido en sus adicciones, hasta que finalmente pudo completar su rehabilitación con éxito en 2005.
“Dejé mi mano en alto otra vez”, dijo Zárate, levantando un brazo victoriosamente como si estuviera parado sobre las cuerdas en su rincón, enfrentando al público, después de otra victoria por nocaut. “Triunfante”.
Zárate recuperó su propósito en la vida al entrenar a su hijo. Carlos Zárate Jr. logró registrar un récord de 20-1 como profesional antes de retirarse en 2014 debido a una lesión en el hombro.
Sin embargo, el joven Zárate parece haber aprendido de los errores de su padre y ha hecho la transición a entrenador. El padre y el hijo regentean un gimnasio que es propiedad del sindicato de los trabajadores del metro de Ciudad de México en el mismo vecindario Ramos Millán donde Zárate se mudó cuando era niño. Mientras su padre entrenaba a un joven boxeador cerca nuestro, Zárate Jr., de 28 años, nos decía que lo consideraba su "héroe".
Pero por cada campeón de boxeo que los barrios de Ciudad de México producen, hay miles de otros que pelean una batalla de la que saldrán derrotados.

JORGE ÁNGELES CRECIÓ en el rudo vecindario de Guerrero, que limita con Tepito, soñando en convertirse en profesional. Pero existía un problema.
“Estaba entrenando y también consumía drogas", dijo él. "Pero esa es la vida que pueden tener los muchachos del barrio. Creí que mi entrenador no se iba a dar cuenta, pero resultó que sí”.
Ángeles pasó años preparándose, ocultando sus vicios de su entrenador, hasta unos días antes de su debut profesional en California, en agosto de 1997. Él se presentó al pesaje oliendo a alcohol, la pelea fue cancelada y lo mandaron de nuevo a México.
Dejó el boxeo y cayó presa de depresión, alcoholismo y adicción a las drogas durante años. Recién cuando su hijo decidió que quería boxear, él dejó sus vicios. Ángeles convenció al propietario del gimnasio Gloria de Tepito, para que le dejara entrenar a su hijo allí y pronto se hizo popular con otros jóvenes del barrio que querían entrenarse con él.
Ángeles habría de pasar ocho años trabajando en el Gloria, entrenando a jóvenes promesas, pero justo cuando su vida parecía haberse encaminado, dos incidentes lo cambiaron todo.
En 2014, el propietario vendió el gimnasio y el anterior pilar de la comunidad de Tepito se convirtió en una farmacia.
Poco después, Ángeles se separó de la madre de sus hijos. Uno de sus pupilos, Paco, mencionó que su familia alquilaba un cuarto, así que Ángeles se mudó con ellos. Un mes después, el 9 de junio de 2015, cuando le estaba pagando su alquiler a Paco, de 16 años, en su automóvil, fueron atacados y robados. Los asaltantes le dispararon siete veces a Ángeles; Paco murió en la ambulancia por una herida de arma de fuego en su cabeza.
Ángeles permaneció en coma durante 15 días. Su familia estaba debatiendo si autorizar el retiro de los soportes vitales cuando él se despertó repentinamente.
“Me fue brindada otra oportunidad de enmendar todo lo que hice mal”, dijo Ángeles, “y voy a aprovecharla”.
Desde el ataque, Ángeles ha experimentado una asombrosa rehabilitación y abrió un nuevo, aunque algo deteriorado, gimnasio.
“La mayoría de los chicos que tengo aquí tienen los mismos problemas -- las calles y la adicción”, afirmó Ángeles. “Les digo que vengan. Siempre ansío sacarlos de las calles”.
El nuevo gimnasio está ubicado en una desigual calle del vecindario de Morelos, que también limita con Tepito. En la otra cuadra, un altar callejero de Santa Muerte, la santa esquelética de culto, está rodeada de jóvenes que fuman marihuana a cualquier hora del día.

ÁNGELES TIENE GRANDES ESPERANZAS de que un boxeador de 15 años de edad llamado Pancho Villa Estévez pueda pelear este año en el torneo de Guantes de Oro de Ciudad de México. Pancho también lo espera.
“Realmente no me gusta la escuela”, dijo Pancho, admitiendo directamente que raramente asiste a clases. “Prefiero estar aquí, en el gimnasio”.
El adolescente ha peleado cuatro veces contra muchachos de otros gimnasios en combates de práctica organizados por Ángeles, y los ganó todos. Recientemente, estaba todo preparado para que participara en una quinta pelea, pero esta se tuvo que cancelar después que él faltó a varias sesiones de entrenamiento la semana anterior. Ángeles teme que está perdiendo a Pancho por la atracción de las calles.
Pancho vive con su familia en un complejo de apartamentos de Morelos que sirve como punto. En la cuadra enfrente del complejo, los adictos hacen fila para comprar pequeños paquetes de crack de manos de un hombre tatuado que se presenta como luchador.
Pancho usa una camiseta del Ratón Mickey y una gorra dedicada a un jefe de la droga. Admite con una mueca que fuma marihuana, y luego afirma que la está dejando para seguir con el boxeo. Se disculpa por haber faltado a las sesiones de entrenamiento y haber obligado a cancelar la pelea, y luego exhibe con orgullo las plantas de marihuana que cultiva en el pequeño apartamento de su familia.
Pero cuando la conversación pasa a su vida cotidiana en el barrio, el rudo exterior de Pancho se desvanece y baja la voz.
“Es realmente repugnante. Te matan por cualquier cosa. Me da miedo", dice. “No quiero morir tan joven, quiero seguir viviendo”.
Como muchos que han crecido en los barrios de Ciudad de México, Pancho ve al boxeo como una vía de escape.
“Tengo que trabajar duro y no aflojar”, dijo Pancho. “Si quiero pelear en los Guantes de Oro, tengo que dejar de lado los vicios”. 





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