Las cosas por su nombre.
El próximo 6 de mayo en Las Vegas Saúl "Canelo" Álvarez y Julio César Chávez Jr. pueden regalarnos una emocionante pelea, pero también podrían abrir la caja de Pandora para una de las mayores injusticias de esas que habitualmente nutren el boxeo comercial de primera línea y a partir del peor de los inventos: el peso pactado en los contratos.
La decisión de establecer el límite de 164.5 libras para el pesaje obligatorio del día anterior, abre la puerta a todo tipo de especulaciones sobre lo que pueda suceder de bueno o de malo, no solo con los dos pugilistas (especialmente con Chávez Jr.), también a este barco se suben los fanáticos esperanzados en ver aquello que promete la teoría de lo previo (lo bueno), pero que una vez más podrían darse de frente con un combate muy diferente a lo que esperaban (lo malo).
La realidad es que la atención mediática hacia esta pelea parece centrada, exclusivamente, en las expectativas positivas. Pero hay una expectativa oculta, la negativa, la que encuentra poco espacio en los títulos y es a la que nos referiremos en esta columna.
Divisiones intermedias y la burla del peso pactado
Las más importantes modificaciones en las reglas del boxeo, tal como lo conocemos en el presente, se adoptaron en 1983. Para que esos cambios se produjeran, un año antes, en Las Vegas, ocurrió un episodio que sirvió como detonante: la muerte del coreano Deuk-Koo Kim debido a las lesiones sufridas en la pelea que sostuvo contra Ray Mancini.
Entre otras decisiones, se disminuyó el máximo de asaltos permitidos de 15 a 12 por pelea, se estableció una nueva política con el pesaje obligatorio en las 24 horas previas y se crearon las llamadas divisiones intermedias. Las medidas tuvieron al fallecido ex presidente del CMB, José Sulaimán, como su principal promotor y apuntaron a preservar la salud de los pugilistas.
Pero, como todo en la vida, hecha la ley, hecha la trampa. El “catchweight” fue la ruta expresa para escapar al control. Fuera de la mesa de modificaciones, quedaron los contratos entre promotoras y representantes, poniendo en riesgo la vida de sus pupilos y con reglas de peso que estableció siempre la parte dominante del contrato.
Y en esto, primero se aprovechó la regla del pesaje 24 horas antes como instrumento para ganar ventajas con la báscula y luego con la posibilidad de saltearse divisiones, sin importar que el cambio-precisamente- fuera instrumentado para evitar esa posibilidad.
El contrato ocultó todo y hubo conivencia de organismos, comisiones atléticas y cualquier otro organismo de control. El alegato, siempre fue el hecho de que a la hora del pesaje los dos rivales no superarían un límite pactado de antemano.
No obstante, no hay por ningún lugar de las normas, un código reglamentario que reclame una supervisión profesional e independiente, que, previamente, avale la certeza de que la parte menor del contrato está aceptando el esfuerzo de dar el peso sin arriesgar su vida o su condición física o en el menor de los males, la calidad del espectáculo. Peor que eso, no hay control de igualdades basadas en aquella lista de divisiones intermedias. Hasta en eso, el contrato de “peso pactado” rompe las reglas y establece “su propia división según la necesidad de la parte dominante”.
Y los riesgos no se limitan a la letra sin control de esos contratos. Las diferencias de pesos abusivos a la hora de la pelea, bajo las condiciones diferentes de rehidratación de unos y otros, es parte de ese oscuro submundo donde cualquier ventaja vale para asegurar la diferencia física a favor del actor principal de la pelea. Lo vimos en la pelea Canelo-Cotto (el verdadero peso del mexicano a la hora del combate), pero también ocurrió en otras donde no hubo tanta divulgación como la que enfrentó a Abner Mares con Arturo Santos, donde Santos, que siempre peleó en gallo o súper gallo, aceptó hacerlo en peso pluma. No obstante a la hora del combate, el propio Santos denunció que “Mares subió en 65 kilos y yo (Santos) en 58. Lo sentí demasiado fuerte y esa fue la razón de la derrota”, dijo.
No debemos olvidar tampoco lo que ocurrió en la pelea de Saúl “Canelo” Álvarez y Amir Khan, donde las diferencias de división y peso resultaron en lo previo tan abusivas, que fuimos muchos los analistas que no dudamos en denunciar, previamente, la posibilidad de una desgracia en el ring. La forma en que fue noqueado Khan, nos dio razón a ese temor, por más que, felizmente, el británico salió ileso de su peligrosa aventura. Pudo pasar cualquier cosa.
Los casos de pesos pactados más recientes, se han transformado en una bandera roja que flamea sin que nadie se percate de su advertencia de peligro. Miguel Ángel Cotto se lo hizo a Daniel Geale, Floyd Mayweather se lo hizo a Canelo y ahora Canelo se lo hace a Chávez Jr., por nombrar los casos más conocidos.
El criterio de cómo se manejan los límites de peso previo a cada pelea, especialmente cuando se trata de acuerdos entre las partes, es algo así como “La Parca” del boxeo profesional. Cabe aquí la designación mitológica de la muerte que espera, en este caso, al costado del ring. Basta recordar el dramático episodio de Oscar “El Fantasma” González que falleció luego de agonizar por 36 horas tras su pelea contra Jesús Galicia por el título latino del CMB. González había llegado con un sobrepeso de 4.5 kilos con relación al límite de su división, fue obligado a bajar esa diferencia en pocas horas y luego recibió la autorización para pelear con los resultados señalados. KO en el 10mo asalto y muerte posterior.
Expectativas buenas y expectativas malas
La burla del peso pactado es desde hace unos cuantos años moneda corriente en las críticas y reclamos a la hora de buscar lo peor del boxeo profesional.
Y la pelea entre Saúl “Canelo” Álvarez y Julio Cesar Chávez Jr., además de sus enormes expectativas boxísticas, también esconde una tenebrosa expectativa. Tan peligrosa e imprevisible, que, al igual que en 1983, podría marcar un antes y un después en la historia de las reglamentaciones que rigen al boxeo como deporte profesional.
En la batalla de Canelo-Chávez no hay títulos en juego y por más que seamos los primeros en aplaudir la expectativa que genera esa pelea, también somos los primeros en recordarles a todos que esta batalla aparenta ser la madre de todas las desprolijidades legales en aquello que los órganos rectores del boxeo se empeñaron en combatir en aquél lejano 1983.
En este caso, para colmo, ni siquiera habrá algún organismo involucrado. Es un desafío entre dos rivales mexicanos en su mejor momento de popularidad y sin títulos en juego. Más bien, será un gran negocio alrededor de una pelea que despierta morbo, que todos quieren ver y que se arregló mediante un contrato elaborado por una parte (Canelo) y aceptada por la otra (Chávez). Es indudable que a la hora de esa firma, faltaron muchos actores importantes agregando su rúbrica.
¿Quién controla lo conveniente del peso acordado? ¿Quién, con nombre y apellido o razón legal justificada, se hace cargo y firma debajo garantizando que no existirá riesgo de vida o de lesiones graves para ninguno de los dos rivales? ¿Quién actúa como representante de todos los involucrados en un mega espectáculo como este, empezando por el público como principal patrocinador del evento?
Chávez baja de peso y podría sucederle lo que le sucedió – por paradoja – al promotor de la pelea Oscar de la Hoya cuando debió bajar de peso para enfrentar a Manny Pacquiao en la última batalla de su carrera en 2008. No se pudo recuperar tras el pesaje y todos recordamos su lastimoso estado en una pelea donde subió a ser noqueado.
Canelo, oficialmente es un Súper Welter. Él se ha cansado de alertarlo cada vez que se le cuestionó su renuncia al título mediano (160 libras) para no enfrentar a Gennady Golovkin. No solo es un Súper Welter, también ostenta el título de esa división y ha llegado a la balanza en 154 y hasta en 152 en sus últimas peleas. Ahora enfrentará a un rival que en los últimos años ha peleado como por encima de las de las 171.5 libras (contra el ex campeón internacional semipesado CMB Andrzej Fonfara, por ejemplo) y a tres meses de la pelea anda por las 185 libras en su peso.
Y si bien en la práctica todos suponemos que cuando sube al ring, Canelo supera en más de 15 libras el peso marcado en la balanza el día anterior, a los ojos de la ley del deporte - que también debería ser sorda y ciega – él es un súper welter (154) que va a enfrentar a un semipesado (175). Atendiendo lo que nuestros ojos ven en los números y no aquello que imaginamos, “alguien” debería establecer una vinculación de esa realidad con cualquier código legal al cual recurrir si es necesario hacerlo. Aquello que en determinadas peleas llamamos el “recuento de los daños” y que debería primar por encima de los intereses comerciales.
Imaginamos que en su caso la Comisión Atlética de Nevada debería cumplir esa labor fiscalizadora o el gobierno del estado de Nevada, pero no lo tenemos claro. Nadie nos ha sabido explicar cómo se puede invadir la protección de un pacto escrito, en el cual las dos partes (Chávez y Canelo) están de acuerdo con los riesgos que asumen. Aquí, sin duda, parece que la previsión de cualquier mala consecuencia no figura en el manual de la historia previa al gran acontecimiento. O sea, el único criterio que se tiene en cuenta es el habitual “causa y efecto”. Como en 1982, recién se actúa después que el daño está consumado. Si no hay daño, que siga el caos. ¡Que viva el desmadre!
¿Y quién responde por los fanáticos?
¿Y los fanáticos? Alguien los recuerda. El boxeo es un espectáculo público que genera muchas cosas, desde apuestas a gastos de entradas, gasto en transmisiones por el sistema PPV, gastos de las empresas que cubren el evento, gasto en boletos o estadía de quienes viajan para ver la pelea y el tiempo que las personas le dedican a esos espectáculos ampliamente promocionados. Y el tiempo tiene un precio ¿Verdad? Es decir, también por el lado de los anónimos fanáticos hay un recuento de los daños. Sin embargo, tampoco hay una figura que los represente a esos fanáticos a la hora de establecer los códigos del espectáculo que será montado y pensado en ganar dinero, precisamente, gracias a ellos, los fanáticos.
Y aunque parezca ya demasiado reiterado mencionar este punto, la burla del fiasco que nos vendieron Mayweather y Pacquiao en su pelea del 5 de mayo del 2014 está demasiado fresca en la memoria de todos. El filipino subió a pelear sabiendo que su condición médica hacía imposible una victoria. Tan así fue, que luego de la batalla debió pasar por el quirófano. ¿Alguien habló de resarcir a todos los que se sintieron engañados con la farsa? Nadie. No hay a quien lanzarle las piedras de la indignación y menos obligarlo a que pague a los afectados. Como tampoco los hubo- vaya coincidencia – en aquella pelea desigual entre Pacquiao y De la Hoya o la triste batalla por el título mediano entre Sergio “Maravilla” Martínez y Miguel Ángel Cotto, en junio de 2014, , cuando el argentino subió a defender su título en una pierna. Nadie olvida su patética presentación ni tampoco las críticas a quienes autorizaron un combate tan desigual.
Pero atención, hay películas que uno ha visto más de una vez en el pasado y existe la posibilidad de que las vuelva a ver en el futuro. En la pelea de Chávez-Canelo nos podrían alimentar con los mismos ingredientes. Puede ser una pelea emocionante entre dos rivales en las mismas condiciones físicas o por el contrario, puede ser un combate de un solo lado, que terminará cuando ese lado lo quiera. No es necesario – en este caso- ser “pájaro de mal agüero”, la historia reciente los condena. El problema y ¡vaya problema!, es que hasta hoy, en cada uno de estos desafueros, la historia reciente no ha logrado condenar a nadie y dudamos que la historia por llegar sea capaz de condenar a alguien.
No obstante, hay que realizarse la pregunta ¿Podría ser diferente lo que ocurra esta vez, después de Chávez- Canelo? Es posible que no, pero podría ser “posible que sí”. La moneda está en el aire y es imposible que caiga de canto. O vemos una pelea brutal, de esas que nos levanta de las butacas a pura emoción hasta su final o nos comemos otro fiasco universal con un solo rival digitando el tiempo de pelea ante un fantasma que no se pueda mantener en pie y listo para recibir la paliza de su vida. Si ocurriera esto último, no dudo que todos (organismos, comisiones atléticas, promotoras, manejadores de pugilistas y cualquiera que tenga alguna cuota de control de este deporte) deberán volver a la mesa de dialogo. Primero para evaluar en que le erraron con aquellas reglamentaciones modificadas en 1983, luego a asumir la autocrítica, reconocer que al permitir el “catchweight” metieron las patas y por último, reescribir las reglas del boxeo nuevamente. Tal vez, recurriendo una vez más a las subdivisiones y creando nuevas categorías intermedias con su carga de más monarcas. ¿Por qué no? Después de todo, “una mancha más al tigre…”, ya sabemos.
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