ANDRES PASCUAL
Antes de que perdiera la faja contra Alfonso Halimi, la crónica mexicana de boxeo consideraba al Idolo del PRI, Raúl “Ratón” Macías, lo mejor nacido allá, a nadie le importaban Arizmendi, Azteca, Salas…no, para aquellos comentaristas el Ratón, que alcanzó elevadísimos niveles de popularidad general ajeno al ring incluso.
Macías fue serio, decente, caballeroso, buen boxeador, enemigo del escándalo de pacotilla, su grandeza es el resumen de todo lo que dije; más importante porque nació y lo criaron en el barrio Tepito, lugar de violencia, de territorio de guerra, considerado la fábrica del boxeo azteca, el mismo lugar en el nació Púas Olivares que, como Ratón, incursionó en el cine, a diferencia de Raúl, representa la cara nada aconsejable para la juventud de su país.
Ratón Macías gozó de esa condición que tienen algunos elegidos para arrancar elogios y amor del público, conocido como Ángel para la concurrencia. El caso es que, durante su apogeo, la crónica mexicana se arriesgaba libremente a considerarlo “lo mejor nacido en México”, evidente capricho de quienes pusieron su sapiencia a mal resguardo, mientras enarbolaban estandartes de simpatía personal.
Todavía a mediados de los 50’s, una parte de la crónica del sector, de Cuba sobre todo, consideraba a Baby Arizmendi (foto 1ero de izq-derecha con Azteca, Chango Casanova y otro no identificado), como el mejor boxeador mexicano hasta aquellos años, hablo de boxeo en el estricto sentido del término, en el sentido honesto de la acepción, incluso Pancho Rosales lo consideraba el mejor especimen de lo que debe ser un peleador.
A Baby Arizmendi lo consideraron un dechado de la intuición, del instinto boxístico, capaz de hacer filigranas defensivas casi únicas en el ring: intuía los movimientos enemigos antes de que se produjeran, desviaba la trayectoria de los golpes contrarios, los paraba en el vacío, esa fue la impresión general que fabricó por sus actuaciones de virtuoso.
De Azteca comentaban que su gracia consistió fundamentalmente en que, por su apariencia, nadie adivinaba lo que era capaz de hacer en el ring; Carlos Malacara, tan bueno en la media que Eladio Secades llegó a escribir “quitárselo de arriba cuesta un Imperio…”; de Tony Mar se dijo que “bordaba cada movimiento” por su dominio del boxeo técnicamente; a Joe Conde lo bautizaron como “El Maestro” y Juan Zurita fue muy bueno, tanto que llegó a campeón…
Chango Casanova fue un boxeador sin brújula y un hombre sin control, hasta hoy, muy pocos pugilistas de divisiones pequeñas han tenido el punch de Rodolfo, pero a este sensacional noqueador lo cegaron, lo embrutecieron y lo enloquecieron la bebida, el despilfarro y la mala vida, al extremo de que terminó como piltrafa humana, a su cargo una mayúscula aberración porque le pegó a su madre.
Los que mencioné y otros como Lauro Salas, José Becerra y Toluco López son parte del caudal enorme de la historia del talento mexicano en el pugilismo.
A la hora de valorar y validar el éxito de la disciplina en aquel país por las victorias de Salvador, de Finito, de Chávez, de Púas, de Márquez y de tantos otros, es obligatorio refrescar la memoria de aquellos gladiadores que hicieron sus nombres durante la época que el boxeo era para boxeadores de verdad, cuando Fistiana fue un pasillo para que lo caminaran gente tan respetuosos como respetables.
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