El barrio de Crespo es residencial y allí está el aeropuerto. Es un lugar con mucho movimiento en esta Cartagena calurosa, en la que no existe el invierno. La casa de Rodrigo Valdez es sencilla. El hombre está próximo a cumplir 70 años pero las huellas de una vida agitada y a los golpes está haciendo mella en su cuerpo. La diabetes lo ha llevado a no movilizarse y a permanecer durante todo el tiempo en su casa, durmiendo mucho. Ya no es un asiduo concurrente al mercado, aunque de vez en cuando se pega una vuelta para saludar a sus amigos.
“Hombre, Monzón era mi amigo y si tú vienes de su tierra, entonces eres bienvenido a mi casa”, dice Valdez. Junto a él, parte de su populosa familia. Es que Rodrigo ha tenido varias mujeres que le han dado 12 hijos. La actual (llamada Anita Tijerino), que lo cuida y lo mima, habla del “precio de la fama” cuando se refiere al innegable arrastre femenino del único boxeador que tuvo por el piso a Carlos Monzón, en aquella segunda pelea entre los dos, la última de Carlos en julio de 1977.
Él dice que se siente bien, pero ya no va al mercado. Y se ríe cuando recuerda sus tiempos de niño pescando con dinamita.
—¿Cómo es eso de pescar con dinamita, Rodrigo?
—Sí, sí. Así como has escuchado. A mí me encantaba pescar pero no lo hacía con la caña, sino que pescaba tirando dinamita. Eso ahora está prohibido. Si no hubiese sido boxeador, seguramente me habría dedicado a la pesca. Perdí a mi padre de muy pequeño y tuve que salir a ganarme la vida. Y como era un peleador callejero, me dediqué al boxeo.
Con El Litoral. El ex boxeador que puso en aprietos a Monzón recibió con gran cordialidad al enviado especial del diario. “Si vienes de Santa Fe, eres bienvenido a mi casa”, dijo alegre. Foto: El Litoral
—¿Así que le gustaba agarrarse a trompadas en la calle?
—Mucho y con cualquiera, grande, chico o mediano. No me importaba. Pegaba y recibía. Siempre me gustó “fajarme”. A los grandotes, les pegaba y me tiraba encima… Era de meterme en problemas siempre (risas). Si el grandote era flaco, seguro que le ganaba. Todos los días hacía entre cinco y seis peleas… Había algunos que eran buenos.
No debe tener problemas económicos. Al menos, Anita, su mujer, dice que con los tres departamentos que compró con lo que le quedó de su ganancia en el boxeo y la pensión vitalicia que recibe, es suficiente para que puedan vivir relativamente bien. Sin lujos, pero bien. La casa es sencilla y el barrio es un estrato social 4. “Acá en Cartagena hay del 1 al 6, así que estamos entre los más altos”, dice Anita mientras se prepara un exquisito café colombiano que disfrutamos con Rocky, como le llaman.
—¿Qué recuerda de aquellas peleas con Monzón, Rodrigo?
—Yo venía de pelear con Bennie Briscoe y de ganar la corona del Consejo Mundial que le quitaron a Monzón por no haber querido pelear conmigo. Me acuerdo que esa pelea con Briscoe fue tremenda, gané una bolsa de 50.000 dólares que era récord para mí. ¡Eso se ganaba en aquellos tiempos!
—Usted lo noqueó a Briscoe un par de años después de que había peleado con Monzón y que le aplicó aquella famosa trompada con la que lo hizo mirar el reloj en el Luna Park…
—Ese calvo era tremendo. Yo le pegaba y le pegaba, pero iba para adelante. Peleé dos veces con él y cada vez que lo hacía, me cuidaba mucho antes de la pelea, no andaba jodiendo por ahí.
Cuenta la historia que en aquél combate de mayo de 1974, cuando Valdez noquea a Briscoe y gana el título que luego perdió con Monzón dos años más tarde (a Monzón se lo habían quitado), Briscoe se fue del estadio Louis II de Montecarlo apoyado sobre los hombros de Emile Griffith —uno de sus grandes amigos— y estuvo vomitando toda la noche hasta que fue internado al otro día, producto de los golpes que había recibido.
—Volvamos a las peleas con Monzón…
—Corría mucho, no lo podía agarrar, corría demasiado. En la segunda pelea, pensé que la ganaba. Yo creo que la gané, pero se la dieron a él. Era bueno Monzón, buenísimo. Él y Cassius Clay fueron los mejores boxeadores que yo he visto. Pero tenían un estilo que a mí no me gustaba. No se fajaban. Y a mí, siempre me gustó subir al ring a fajarme con el rival, porque la gente paga para ver eso. Monzón me agarraba, se me escapaba. Yo quería que el rival se me plantara para fajarme. Él no era así. Pero reconozco que era buenísimo.
—Rafael Pineda, que vive por esta zona, dijo que Amílcar Brusa, el entrenador de Monzón, tenía un sistema de entrenamiento arcaico y que retrocedió 40 años cuando lo entrenó…
—Para mí, Brusa fue un buen entrenador, un hombre muy bueno y al que respeto.
—Mire si hubiese nacido unos cuantos años después, Rodrigo, digo por las bolsas que cobran hoy los boxeadores…
—Cuando yo peleé con Carlos Monzón, esa pelea la querían ver todos. Se hablaba desde mucho tiempo antes y todo el mundo se sentaba frente al televisor o quería estar en el estadio para verla. Eran tiempos en los que abundaban los buenos boxeadores, no había malos, todos éramos buenos. A mí, ahora, no me dan ganas de ver boxeo.
—¿Hagler les hubiese ganado a usted o a Monzón?
—Pues no lo sé… Hubo buenos boxeadores que tenían su estilo, por más que a mí no me gustaba. Nunca me llegaron los que bailoteaban, pero reconozco que algunos eran buenos. Por eso, si me preguntás cuál fue el boxeador más duro que me tocó enfrentar, te digo que fue Briscoe. Cada vez que me tocó enfrentarlo, nos fajamos de lo lindo y no terminé bien esas peleas, a pesar de que le gané varias veces.
—Recién me dijo que Cassius Clay y Monzón fueron los dos mejores, pero en el caso de Clay, su estilo era diferente al que a usted le gustaba…
—Cassius Clay era un artista sobre el ring, pegaba mucho pero no le gustaba que le pegaran. Una cosa es lo que a mí me gusta y otra cosa es reconocer lo bueno. Por eso digo que Alí fue muy bueno, pero en su estilo. Por ejemplo, a Joe Frazier lo conocía muy bien, iba al frente…
—¿Cambió mucho su vida entre aquellos tiempos de boxeador a los actuales?
—Cuando peleaba, me despertaba todos los días a las 4 de la mañana para ir a trotar y a las 4 de la tarde me iba al gimnasio, así todos los días. Ahora duermo mucho, ya no hago ninguna actividad física y estoy acá con mi familia y de vez en cuando viendo a mis amigos.
Y otra vez se encarga, como para que quede en claro, de decir que Carlos Monzón —que le ganó dos veces— era su amigo, pero no así Bennie Briscoe, a quien reconoce como el que más daño le causó, el que más le pegó. “No hay otro boxeador para pelear”, dicen que decía Rodrigo Valdez cada vez que su “manejador” le avisaba que iba a pelear con el hombre al que llamaban el “Robot de Filadelfia”. Una vez, ya muerto Monzón, le preguntaron si se animaba a hacer un combate de exhibición con Briscoe, y Valdez dijo: “Prefiero que resuciten a Monzón”.
Come mucho pescado —algo a lo cual se acostumbró desde muy chico—, dice que le aburre ver el boxeo de hoy y que a veces ve fútbol, pero no se interesa demasiado. El hombre está sintiendo, en su cuerpo, el trajín de una vida que se hizo a los golpes. Vivió intensamente y ahora, cuando llegó el momento del reposo, le quedan el afecto de su familia, los recuerdos y unos pocos pesos que le alcanzaron para esos tres departamentos que lo ayudan a llevar una vida decorosa. “El gobernador prometió que en el centro histórico le iba a construir un monumento, algo parecido al que le construyeron a Monzón en Santa Fe, cuando Rocky anduvo por allá porque fue especialmente invitado y lo hizo con mucho gusto”, cuenta Anita, mientras espera que desde la empresa de Aguas se encarguen de destapar las alcantarillas de las cuales emana un olor nauseabundo. “Esto pasa cada vez que llueve, se tapan y no se puede estar”, dice la esposa de Rodrigo Valdez mientras espera en la puerta de su casa, la llegada de un taxi para esta visita. “Aquí en Cartagena lo conocen todos a Rodrigo y habrás comprobado que basta con decirle al taxista que venís a su casa para que te traiga directamente, sin necesidad de darle la dirección. Pero no lo están viendo mucho los periodistas”, señala.
Adentro, Rocky se hamaca en una mecedora. En silencio, como dejando en claro que es el momento del reposo del guerrero. Nunca una mejor definición para un hombre que fue eso, un guerrero del ring. “Monzón fue mi amigo”, me dijo antes de la despedida. Y se nota que así fue, nomás. Dos veces lo enfrentó y dos veces el santafesino le ganó, pero Rocky lo respetó y aprendió a quererlo. No fue un rival como Briscoe, con quien se “fajaba” (como a él le gusta decir). Por eso no sorprende tampoco que en su casa del barrio de Crespo, en esta húmeda y lluviosa Cartagena, le haya mostrado tres cuadros que tiene colgados con escenas de sus peleas con Monzón. En el fondo y más allá de que diga que Monzón “corría” en el ring, siente admiración por él. Y esta perdura, aun 20 años después de su muerte.