BOXEO TOTAL: Rubén Olivares vs. Alexis Argüello

lunes, 28 de octubre de 2019

Rubén Olivares vs. Alexis Argüello

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El 23 de noviembre de 1974, Rubén Olivares llegaba al Foro de Inglewood como campeón mundial pluma de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y saldría del entarimado sin su tiara tras perder en 13 rounds con el nicaragüense Alexis Argüello.
Dicen los especialistas en el deporte de las bofetadas que no ha habido un boxeador como el chamaco de la Bondojo. Algunos aseguran que nació con los guantes puestos, con las cualidades para ser pugilista y el corazón para ser un guerrero sobre el ring.
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Olivares llegaba a la pelea con todas los pronósticos en contra… y se cumplieron. Su vida privada impactó en el rendimiento del profesional. Sólo entrenó tres semanas para defender su título y por eso lo perdió.
El Púas siempre fue un boxeador de arrabal: duro, carismático, banda, ñero y fajador. Le gustaba el pulque y salir en la televisión. Fue criticado y hasta en las bromas que se hacían sobre él era ensalzado. Sólo basta recordar la parodia que hacían los Polivoces.
Argüello, un joven con pinta de galán, subió al entarimado a detener a un máquina de lanzar golpes. Logró evitar los bombazos del mexicano con un boxeo a distancia, aunque nunca usó el largo de sus brazos para poner orden con el jab.
Sobre el ring era sanguinario. Brutal. Golpeaba a diestra y siniestra. Era un kamikaze que no le importaba recibir cuero si podía meter sus combinaciones. Danzaba, sus movimientos, nada elegantes, eran una oda a la forma como se debe caminar sobre el encordado.
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Su estrategia le duró poco. Olivares se lanzó al ataque exponiendo el físico. Sus ráfagas comenzaron a hacer daño al nicaragüense, quien se mantenía estoico sobre el ring, mientras El Púas gastaba el poco combustible almacenado durante su pírrica preparación.
A diferencia de Mohamed Alí, que volaba como mariposa y picaba como avispa, Olivares caminaba como fiera y mordía como perro. Era un fajador consumado, pero con la grata cualidad de ser una estrella del bending (el arte de esquivar golpes).
Pero no le alcanzó. Aunque conectaba muchos golpes contra la humanidad del centroamericano, no llevaban la potencia para liquidar al oponente, quien esperaba una sola oportunidad para descargar su mano izquierda.
Era fantástico ver a Olivares esquivando golpes a menos de 30 centímetros de distancia. Hoy casi nadie lo sabe hacer. Ahí está el Canelo Álvarez o Antonio Margarito, que parece son atornillados al ring y con la cintura llena de cemento.
Y así lo hizo. Era el ocaso de la pelea. Olivares llevaba la ventaja en las tarjetas, pues su arrojo y mejor boxeo le daban de calle la retención de su cinto. Sin embargo, en un intercambio de golpes, Argüello le tendió la cama y lo mandó a dormir.
Como peleador de barrio, El Púas traía la finta en la sangre, el amague, aventaba la cabeza pero sin querer lastimar al otro, sólo sorprenderlo, asustarlo y aprovechar eso para contraatacar. Era un romántico del boxeo. La pureza del deporte salía de sus manos en su máxima expresión.
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El nativo de la Bondojo no pudo recuperarse. La mala condición que llevaba no le ayudó a salir adelante. Las piernas se le hicieron de papel y por más que intentaba mantenerse erguido no pudo.
Rubén Olivares ha sido uno de los grandes exponentes del pugilismo nacional. Es memorable la forma en la que terminó con Bobby Chacón en dos asaltos y las refriegas con Chucho Castillo y Rafael Herrera.
Tal vez, fue el peleador más cercano al pueblo, sufriendo como él en carne propia los golpes de la vida.
Tendido sobre el ring, de rodillas, ya no se levantó. Fue su cuerpo quien lo derrotó, tal vez en venganza por el trato que previamente El Púas le había dado.

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