Por Andrés Pascual
Hubo una época en que algunos boxeadores peleaban por la mañana en una ciudad y por la noche en otra...si eso es lo que pudiera considerarse como período romántico del boxeo ¡Pa' su ma're!
La media de hoy son dos pleitos al año para un campeón, algunos ni eso; también está el retiro y el regreso milimétricamente calculado, directo a un peso de mutuo acuerdo con ventajas para “el nombre” y con el dinero que costaba la ciudad de Nueva York en 1925. Lujos de la decadencia moderna del boxeo.
La gran sopresa pugilística de 1951 fue la derrota aplastante del Profesor Robinson contra el inglés Randy Turpin (foto firmando la 2da pelea ambos) en Inglaterra y el Súbdito de la Corona pateó al Azúcar de Harlem despojándole de la faja.
Hasta aquel momento, los “entendidos” no concebían a nadie sobre la tierra capaz de destronar a Robinson de la forma como hizo Turpin, mucho menos fuera de Estados Unidos.
Robinson se decidió a cruzar la frontera de la división mediana, después de lucir como un fenómeno imbatible, impensable que pudiera ganarle alguien en los welters, arrancándole la diadema a LaMotta.
Cuando Robinson perdió contra Turpin, tenía una sola mácula en 130 peleas y estaba considerado el 3er negro invencible por su clase junto a Armstrong y Joe Louis, por eso su derrota en Londres sumió al mundo del boxeo en el más absoluto desconcierto ¿Cómo había sido posible?
El tour europeo del estilista fue previamente concebido como un paseo, parte del negocio, bueno para hacer más dólares y pare de contar. Con Robinson hubo tal fé siempre, que se pensaba y se decía que el peleador que le ganara no nacería nunca (ha sido verdad), así de grande lucía por el espectáculo que ofrecía en el ring: era una máquina sin fecha de vencimiento, que se renovaba solo con presentarse.
Sin embargo, precisamente porque el fenómeno sepia lucía como lo más cercano a perfecto, nadie advirtió señales de peligro, por ejemplo, nadie atendió a la crónica inglesa, que destacaba a Turpin, entonces de 23 años, como un joven de clase, goloso y metódico que progresaba por días, señalado como uno de los 4 grandes del Viejo Continente entonces.
Después de la victoria del inglés, no se aceptó como justificación que Robinson hubiera incurrido en pachangas por Europa, que se hubiera desbordado por la tentación en vicios y errores de conducta, como sucedió con otros pugilistas negros, que ganaron más fama por sus vidas desordenadas que la plata que hubiera equilibrado el riesgo.
Además, el boxeador viajó con su esposa y era sabido que sabía administrar su nombre y su fama, que no necesitaba consejos, por lo que su manager era una figura decorativa.
Para atenuar el efecto popular de la catástrofe, para no convertir en decepción lo increíble de aquella derrota, emergieron, como explicación, los viajes, la frecuencia de peleas, el movimiemto de una ciudad a otra...es decir, la creencia en que, cuando subió contra Turpin, Robinson no se encontrara en su mejor forma, porque había peleado en mes y medio en 4 países.
Para recuperar la corona estaba firmada la revancha obligatoria, la cláusula que puso de moda el fenomeno de Fistiana, trámite que culpaban como causante de la primera derrota de Robinson, a partir de ese momento por lo menos dos veces; porque, decían, “si pierde la corona podrá recuperarla con más dinero en el contrato y en las apuestas".
Cada vez que escuche a cualquier desconocedor del boxeo, o a cronistas inconsecuentes con facilidad para hacer el ridículo, mencionar a Pacquiao, a Mayweather jr o a quien sea, incluso al propio Money llamarse “lo mejor jamás nacido”, imagine cómo pudiera irle en un tour en que tenga que pelear 4 veces en 45 días y hacerlo como lo hizo Robinson y no hablo de Grebb ni de Walker ni...
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