Por: Tatiana De La Fuente
Esta es la narración de la vida de unos de los ídolos del mundo del boxeo, que supo salir de la nada a brillar. Un pionero que inspiró a grandes y pequeños, la representación viva de un ejemplo que perdura en el tiempo. Una leyenda que demuestra que con voluntad, esfuerzo y pasión de las ruinas se puede construir un castillo.
El 4 de mayo de 1926 en el Rodeo de la Cruz, partido de Guaymallen, Provincia de Mendoza se empezó a escribir la vida de Pascual Pérez. Perteneciente a una familia de campesinos dedicados al viñedo, donde trabajó desde muy chico labrando la tierra, esto lo fortaleció desde niño y formó un cuerpo de un porte chico pero macizo con brazos que tuvieron una fuerza desproporcionada para su físico.
A los 16 años se inició en el boxeo, en el Deportivo Rodeo de la Cruz, dirigido por Felipe Segura, mostrando desde un primer momento una gran habilidad y un fortísimo golpe, inusual en boxeadores de pesos livianos. Aunque era zurdo asumía con naturalidad la posición de un diestro. Con su carrera deportiva que supo trazar en forma ascendente: comenzó como amateur donde disputó 125 combates ganando 16 campeonatos, incluyendo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 1948. El primer torneo que ganó fue el Campeonato Mendocino de Novicios, en marzo de 1944, apenas dos meses después de su debut.
El siguiente paso era el salto a profesional pero decidió postergarlo para trabajar en el Gobierno durante cuatro años. Transcurrido ese tiempo el empujón necesario se lo dio la condición económica que en ese momento atravesaba y así el 5 de diciembre de 1952, con 26 años de edad, ante José Giorino, en Gerli, por el título de campeón argentino de peso pluma, Pascual debutó en el profesionalismo.
De esta manera su vida competitiva se fue encaminando hacia la gloria, iba de victoria en victoria pero sin lugar a dudas los otros aspectos de la vida no quedan de lado. Los demás planos jugaron un rol importante, en la vida del hombre y este no sería la excepción, desde sus comienzos en el deporte los diferentes planos comenzaron a interferir uno con el otro.
En sus inicios luchó contra la negativa de sus padres, que no estaban de acuerdo con su decisión de esta práctica deportiva, tanto fue así, que se lo recuerda como una anécdota que La Federación Mendocina de Boxeo, debió pagarle a su padre el dinero necesario para contratar a un peón rural que pudiera reemplazar a Pérez en la viña, como condición para otorgar la autorización legal exigida por las normas sobre patria potestad. La desaprobación de sus padres siguió en pie y pascualito llegó a anotarse como Pablo Pérez, para no ser descubierto.
En medio de su creciente profesión el torito de las pampas había formado su familia en la cual tuvo dos hijos varones, Pascual y Miguel Ángel. Pero en 1959 le tocó afrontar uno de los hechos más dolorosos de su vida, que sin dudarlo marcó un antes y un después. Sufrió un penoso divorcio que le desencadenó un proceso de aguda depresión. Esto afecto decisivamente en lo profesional, lo cual fue evidenciable en las derrotas que lo llevaron a perder el título que venía defendiendo con sus puños.
Esta fue la pelea que terminó en derrota contra el tailandés Pone Kingpetch en dos encuentros: el primero el 16 de abril de 1960, quien salió perdedor fue pascualito por puntos, a pesar de las ventajas a favor de su oponente dio una pelea digna del tenor de un boxeador como él lo fue; con la derrota también perdió su título. La segunda disputa se pactó el día 22 de septiembre de 1960 en la cual Pascual fue vencido en el octavo round por nocaut, el primero de la carrera de Pérez. Estas luchas perdidas sellaron un ciclo en su profesión.
La derrota y la separación de su familia marcaron el quiebre en la vida del pequeño gigante. Pascualito sintió a su regreso, que su carrera comenzaba a frustrarse. Alejado de su exitosa juventud, inició un camino declive, que lo llevó primero desistir del título mundial para continuar en su propio país boxeando ya no por el placer que brinda el deporte en sí mismo, ni por seguir demostrando su indiscutible ciencia boxística, sino por problemas económicos. Se enfrentó con púgiles mucho más jóvenes y en mejores condiciones físicas que él cuando, ya contaba con más de cuarenta años: algunos de esos casos fueron los combates con Efrén Torres o Eugenio Hurtado.
"Yo soy Pascual Pérez, un recuerdo" esta declaración que Pérez le dio, dejo a simple vista que comenzó a trascurrir el camino del olvido, fuera del interés de los periodistas y en el recuerdo de la gente. Los designios de la vida lo enfrentaron a su realidad, retirado del boxeo por el paso del tiempo sumado a la pobreza porque en su retiro se encontró con poca plata por los fraudes de sus representantes y la mala administración. Ya no era el mismo, ya no tenía la gloria, esa que supo ganarse arriba del ring, ya no lo acompañaba el pueblo que lo aclamaba en cada pelea brindada; todo esto ya no estaba a su lado.
El tiempo de todos siguió trascurriendo, hasta que el día el menos imaginable llegó. El momento en que la leyenda del boxeo abandonó este mundo, que le mostró su cara dos caras la del triunfo y la cruel, para descansar en su gloria eterna en el que ya no estaría el olvido de todos. El fin de sus días lo marco un triste y doloroso 22 de enero de 1977 a los 50 años de edad. Así partió el Pequeño gigante, El toro de la pampas, así su brillo se apagó.
La noche cayó y Pascualito fue velado en el gimnasio del Luna Park donde él mismo estrenó en su primer encuentro con Yoshio Shirai. Al día siguiente una multitud concurrió a su entierro en el Cementerio de la Chacarita. Delfo Cabrera, su compañero de delegación olímpica en 1948 y también medalla de oro en la maratón, lo recordó: “Fue un muchacho bueno que perdió su última pelea con la vida”.